El Sida todavía asesina

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Pobre José del Barrio. Pobre José…

Que historia tremenda su historia. José del Barrio tiene encima y carga sobre su espalda los dos virus más terribles de estos tiempos de cólera. El virus del VIH y el virus de la desocupación. Así de terrible.

Son como dos grandes terremotos en la vida de José del Barrio que hasta no hace mucho era una vida sencilla, de luchas y alegrías como la  de cualquier obrero gráfico.

José hacía 12 años que trabajaba en el taller de esa editorial. Diarios, revistas, afiches, el olor a tinta, el ruido de las máquinas, la guillotina que corta el papel, la pausa del mediodía para comprar 100 de mortadela, 100 de queso, dos panes y una Coca familiar.

La vida de José del Barrio tenía su eje de dignidad y orgullo en el trabajo. José conocía como pocos el arte de la impresión. Hacía chistes: “Yo siempre causo buena impresión”. Durante los almuerzos, cuando sus compañeros sentados en la vereda del sol lo elogiaban, el hacía una pausa y con tono canchero decía: “Y… son años”. Esa especie de sensibilidad para saber la medida exacta de la tinta, ese tacto increíble que calculaba el gramaje del papel con solo acariciarlo un instante:” Y es oficio”, repetía José orgulloso de su orgullo.

Un día maldito José se hizo un examen de rutina y apareció el virus. Se quedó frío. Paralizado. Inmediatamente se acordó de ese fin de semana que pasó en el Tigre con Alberto, meta y ponga, cargados de pasión y besos. Inmediatamente se acordó también de cuando ambos se reían como chicos traviesos cuando en realidad estaban merodeado el suicido: ninguna usaba forro. Ninguno se cuidaba. Se sentían felices e invencibles. Estaban tan enamorados que decían que nada les podía pasar. La soberbia y la omnipotencia de la edad los había traicionado con un puñal en la espalda.

Aquel día cuando recibió el resultado, José del Barrio lloró como un chico. Se odiaba, se maldecía, se preguntaba cómo había podido ser tan boludo.

Lo más grave fue lo de un médico hijo de mala madre, uno de los pocos que existen. Delante de su jefe en la imprenta le dijo que estaba infectado por el virus del SIDA. Y ahí mismo empezó su lucha por la vida y contra la muerte civil.

Silenciosamente la discriminación se agazapó para el tiro del final. En forma sigilosa, los dueños de la editorial le fueron otorgando licencias una y otra vez a José de Barrio. Lo fueron marginando de su trabajo, del eje alrededor del cual giraba su vida y su orgullo. Un día lo echaron como a un perro. No le permitieron sentir nunca más el aroma de la tinta ni el gramaje del papel, ni el viento de la guillotina cuando baja veloz  implacable. En pocos días se olvidó de ese ruido estremecedor de las máquinas cuando escupen diarios por miles.

José soñaba con la reincorporación. Presentaba los certificados del alta médica que le habían dado los infectólogos que lo trataban, pero… nada. Por  hache o por be, José del Barrio nunca pudo volver a trabajar.

La empresa pagó con gusto la indemnización legal pero condenó a José al destierro. A la muerte civil. A ser un desocupado, un desaparecido de estos tiempos. Si el trabajo dignifica, la desocupación deprime e invisibiliza.

Se buscó un abogado del barrio y se enteró que en agosto de 1995, el juzgado nacional de primera instancia en lo civil Nro 43 a cargo del juez Roberto Beatti dictó sentencia favorable en un caso muy parecido al de él. Aquella fue la primera sentencia que en la Argentina reconoció una indemnización por daño  moral y discriminación. El fallo del juez Roberto Beatti fue un fallo que dignificó al ser humano. En sus fundamentos considera que la discriminación es un daño a la integridad humana. Dice, sabio, que el daño provocado por el aislamiento y la marginación repercute directamente en el estado inmunológico de la persona discriminada. El magistrado no tuvo vergüenza en meterse con los sentimientos, con los dolores del alma. Dijo en su escrito que “semejante castigo, a José le provocó padecimientos, una lesión a sus afecciones íntimas, dolor, y angustias sobre la posibilidad de encontrar otro empleo.

Ya pasó mucho tiempo de aquel fallo ejemplar. Y la ignorancia, el prejuicio y la desinformación siguen siendo enemigos letales, a veces, más destructivos que el sida homicida.

El arma contra esa discriminación la tenemos los docentes, los curas, los periodistas, los artistas, todos los que tenemos un lugar para comunicarnos, un púlpito desde donde hablar y dar información. Esa arma es la que estoy disparando ahora. Tiro data, precisiones que destruyen prejuicios y fantasmas. Para eso también sirve el periodismo. Para dinamitar la ignorancia. Para informar y formar. Porque el que ignora, además de ignorante, discrimina lo que no conoce. Teme al vacío y a lo desconocido. La información rigurosa es el arma más poderosa que tenemos en la lucha contra el SIDA. Y se lo digo hoy que es el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA.

Está comprobado que la ametralladora informativa sirve para asesinar al virus asesino. Es así: más información menos casos.

Por eso creo que hay que decir con todas las letras y con el lenguaje de la calle que a esta altura de la muerte no se puede ser tan forro de no usar forro. Le estoy hablando del preservativo, del profiláctico o como usted prefiera llamarlo. Y que los que tienen el drama de ser drogadictos no deben aumentar su riesgo de muerte compartiendo jeringas o agujas.

Hoy está comprobado que los tratamientos evitan que se replique el VIH. No cura la infección, pero evita que el virus se multiplique y que destruya las defensas del cuerpo. El tratamiento es crónico, es decir que una vez que se empieza es necesario tomarlo todos los días, toda la vida. Si el tratamiento se mantiene de forma correcta en el tiempo, las personas con VIH tienen una calidad y expectativa de vida similar a quienes no tienen el virus. Deben saber que el test es rápido y gratis. En 20 minutos te dan el resultado. Y que la educación sexual en los colegios y en las familias es fundamental. El virus se ensaña con las defensas del organismo. Y 1.500 personas por año mueren de enfermedades relacionadas con el SIDA. Todo eso hay que saber. Y que tomar mate no contagia. Ni besarse ni compartir la pileta de natación o el banco de la escuela. Ni la picadura de un mosquito.  Hay que terminar con el estigma. Con tres pastillas por día el enfermo puede mantener una vida absolutamente normal y formar pareja como cualquier hijo de vecino. La ciencia ya pudo controlar el virus y detener la expansión de la epidemia. Pero todavía los genios están trabajando para concretar el sueño de la vacuna preventiva como la que liquidó la polio o la viruela. Falta poco pero todavía falta. Cuando llegue ese día José del Barrio será reivindicado después de tanto sufrimiento. Hace muchos años hubo una campaña que me pareció de las mejores y que ahora me sirve para rematar esta columna. Era un aviso a toda página del diario que decía: “hoy es el día del niño. El día del padre. El día del maestro. El día del locutor. El día del tío. El día de la abuela, el día del dentista, el día del almacenero. El día del inmigrante. Y así seguía. Hasta que al final decía: 1ro de diciembre. Día Mundial de la Lucha contra el Sida. Hoy es tu día.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio MItre