Bullrich: “El odio siempre son los otros”

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No aceptaremos nunca que quienes no pensamos como ellos somos los profetas del odio. Tampoco la maniquea frontera entre lo que consideran el pueblo y el antipueblo, que, por definición, somos todos los demás.


Esa noche de agosto del 2020, varias decenas de agentes encapuchados allanaron la casa de Giovanni Urbaneja, en la localidad venezolana de San José de Guanipa. La acusación para proceder, vino de parte del alcalde Francisco Belisario, un chavista que no soporta las críticas ni los reclamos a su pésima gestión. El argumento respaldatorio, fue la Ley de Odio que Maduro aprobó en el 2017. Urbaneja sigue esperando los cargos en su contra.

El matrimonio Ortega-Murillo hizo aprobar en Nicaragua, en el año 2021, una Ley de odio que aplica cadena perpetua a quienes sean acusados, aunque la inclusión de la aberrante Ley en el Código Penal nicaragüense sigue sin tipificar los alcances de la norma. Terror, solo terror y simbología de escarmiento en el relato dictatorial del Poder.

Recuerdo aquí en la saga de la serie Vikingos, una de las escenas más violentas que relata la historia: “Entonces Einar Jarl fue hacia Hálfdan. Grabó un águila en su espalda, introduciendo una espada en la cavidad del pecho hasta la columna vertebral, cortó todas las costillas hasta las lumbares y sacó los pulmones a través del corte. Esa fue la muerte de Hálfdan”.

Aunque muchos estudiosos actuales de la cultura escandinava de la época ponen en duda la aplicación del método, ninguno duda de la intención que el relato buscaba: una reafirmación del escarmiento que el poder de entonces podía aplicar sobre quienes cometiesen crímenes severos contra el honor de la élite gobernante.

Probablemente hayan sido solo demostraciones públicas espectaculares para reafirmar, en una poética siniestra muy usada por entonces, la certeza de quiénes son los buenos y dónde radica el mal. Una Ley de odio no escrita, pero altamente eficaz para el disciplinamiento.

El poder vikingo, ¿tiene exegetas en el siglo 21?

Nuestro siglo nos propone múltiples desafíos, uno fundamental es abrazarnos con fuerzas a la Constitución Nacional y a la democracia. Quienes creemos en la democracia y trabajamos día a día por la Republica, no podemos equiparar la violencia al funcionamiento del sistema republicano. No vamos a permitir equidad entre la impunidad y el funcionamiento de la Justicia, no resignaremos los principios por los que hemos bregado desde la oposición, ni vamos a mirar para otro lado mientras el kirchnerismo busca someter al escarnio el accionar de la prensa, que debe trabajar en libertad.

No aceptaremos nunca que quienes no piensan como ellos, somos los profetas del odio. Nosotros respetamos los valores, porque creemos en una Argentina de trabajo, de mérito, de esfuerzo, un país donde el estudio sea la consigna para alcanzar las metas del progreso de los argentinos.

Para evitar sucumbir al canto de las actuales sirenas populistas que trazan una maniquea frontera entre ellos que se consideran el pueblo y el antipueblo, que, por definición, somos todos los demás.

Debemos comprometernos a defender la República y las instituciones que garantizan equidad y el trato igualitario frente a situaciones semejantes, juramentarnos a garantizar el funcionamiento de la división de poderes. En definitiva, lo opuesto al mensaje brutal de un senador de la Nación oficialista, ofreciendo canje de impunidad para garantizar la paz social.

Ya han quedado al descubierto muchas de las tácticas que el kirchnerismo ha manejado por veinte años. Ya muchos sectores saben que el plan social es pan para hoy y hambre e ignorancia para siempre.

Ahora que han sido descubiertos, vienen con la estrategia de victimización que esconde intentos de ley de odio y, claro, el odio siempre son los otros, o sea, nosotros.

Así es el populismo que el gobierno y sus seguidores encarnan, en sus peores versiones modernas, se asemeja al mito del águila de sangre, sin saber dónde trazar la línea entre realidad y ficción. Allí comienza el desastre que debemos evitar.

Si quienes formamos parte de esa porción mayoritaria de la sociedad argentina, que cree que la ley está por encima del poder, y no nos paralizan con el relato, las simulaciones o el teatro decadente de los últimos días, que ha dejado al descubierto sus practicas voraces, entonces lograremos, para beneficio de la democracia, avanzar en el cambio que requiere la argentina mostrándonos al mundo como un país donde no vale todo y el siga, siga no sea moneda corriente.

Es responsabilidad de los dirigentes ofrecer un rumbo, un camino sensato y decidido como herramienta indubitable para reafirmar la democracia.

Cada día estoy más firme en la convicción de saber que solo con el imperio de la ley y sin impunidad, habrá paz social. Yo estoy dispuesta y atenta para lograrlo.

Columna de Patricia Bullrich para Infobae