Andahazi: “Cuarentena y burnout”

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El martes hablamos de esa mezcla de agotamiento y stress crónico que se sintetiza en una palabra: “Burnout”. Término que hoy le cabe a gran parte de los argentinos, porque nuestra realidad, a esta altura, es mucho más compleja que la del resto del mundo: llevamos casi siete meses de aislamiento, más de 200 días en que nuestros chicos no van a la escuela, contamos 22.226 muertos y 841.000 contagiados.

La cuarentena argentina es la más larga, cerrada y destructiva del mundo. Pero además del coronavirus, la economía destruida, la desocupación sin freno, la pobreza récord y la inseguridad están al tope de las preocupaciones.

El martes conectamos los síntomas del burnout laboral con el stress social. Y, hay que decirlo, el stress crónico tiene consecuencias físicas y emocionales.

Quien lo describió por primera vez fue un psicólogo llamado H. B. Bradley. Fue una investigación que tuvo que ver con el personal que trabajaba con adolescentes de alto riesgo de un correccional.

El libro “El alto costo del alto rendimiento”, de Herbert Feudenberger profundizó en este problema que definió como psicosocial. Es paradójico lo que pasa en el burnout: quien lo padece está tan ensimismado en sus preocupaciones, en ser eficaz, en satisfacer a su entorno, en cumplir con los tiempos y las metas, que cuando llega a un determinado punto de saturación y de tensión, de pronto se desconecta por completo de aquello que tanto le importaba.

Entonces aparecen los síntomas: olvidos de cuestiones importantes, sensación de ausencia, falta de concentración, irritabilidad extrema y falta de motivación.

Esto que parece enfocado en la actividad laboral, de pronto se traslada al resto de la vida. Lo vemos en los adolescentes, que después de meses de aislamiento y clases por zoom, están sumidos en una especie de abulia e indiferencia frente a todo.

Yo veo con mucha preocupación que los chicos del colegio secundario están sufriendo muchas consecuencias emocionales en una edad en la que, como tantas veces dijimos, la referencia del par es absolutamente fundamental.

Lo que estoy describiendo es una forma de alienación. La persona “quemada” (Burn) se siente ajena a lo que está haciendo. No se identifica con su trabajo ni con su rutina de vida y esto le resulta muy angustiante.

Cuando una persona tiene una combinación de algunos o de todos estos síntomas suelen percibirlo como una crisis. Y es así. La palabra crisis expresa que hay algo roto, saturado y que necesita cambiarse, repararse, mejorarse. El problema es que en el burnout no siempre se ve con claridad por donde pasa la solución.

Cuando el problema está centrado en el trabajo, podés pensar en algunos cambios: las condiciones laborales, espacios de diálogo entre los integrantes del equipo, límites a las comunicaciones por fuera del horario y una serie de procedimientos para mejorar la calidad de vida del grupo.

En estos casos, un psicólogo laboral puede poner en práctica pautas sencillas pero muy importantes, como el espacio de trabajo o la relación entre los compañeros.

Si una persona asume que su trabajo presenta niveles de stress inmanejables tiene la opción de pedir mejoras o un cambio de tareas o, en última instancia, tiene la posibilidad de renunciar.

¿Pero qué pasa cuando la realidad del país nos enfrenta a un constante burnout porque todo conspira contra la posibilidad de encontrar una zona de paz y confianza?
Y este es el punto: una característica importante del burnout es la incertidumbre.

El burnout produce estados de ansiedad y de depresión; si bien no toda la gente presenta la misma predisposición ante la presión psicoambiental, sí es cierto que es muy difícil mantenerse equilibrado en medio de entornos donde se normaliza un estado de anomalía, de crisis constante y de maltrato permanente.

Veamos algunos puntos claves que se asocian directamente con el burnout:

-La burocracia exagerada: cuando todo es diez veces más difícil de lo que debería o podría ser.
-La falta de tiempo para resolver las tareas.
-La crispación en el trato con los pares.
-La violencia cotidiana.
-La falta de reglas claras para alcanzar un objetivo.
-La frustración permanente.
-Las normas arbitrarias o excesivamente rígidas que coartan el potencial del individuo.
-La sobrecarga de tareas, tener que trabajar el doble para llegar al mismo resultado.
-La desvalorización: cuando no se registra ni se respeta el trabajo de una persona ni su mérito ni su capacidad.