Un siglo de radio

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Llegamos. Todos juntos, llegamos. Ustedes y nosotros. Los que estamos de este lado y los millones que están del otro lado del micrófono. Llegamos.

Hoy se cumplen 100 años desde que “los locos de la Azotea” lograron salir al aire por primera vez. Nuestra querida radio Mitre cumplió 95 años hace apenas 11 días. Me gustaría rendirle mi humilde homenaje a este milagro de la comunicación que lleva un siglo de vida y cada día está más joven.

El tiempo pasa. La radio es esa cultura de la Spica con olorcito a cuero para escuchar los goles en la oreja y monitorear a los relatores de la mano de mi viejo, mientras íbamos a la cancha a ver a Talleres. O la Tonomac Platino Siete Mares que fue la primera internet que tenía dial en lugar de mouse y que nos permitía navegar por un mundo que nos devolvía interferencias y frituras en todos los idiomas. O ese suave calorcito que largaba la válvula por los parlantes de la radio Capilla de la abuela. O el walk man clavado en las orejas en pleno supermercado o el radio despertador que nos acribilla con la temperatura y en su momento, con los hectopascales. ¿Se acuerda? O la que viaja en el auto y es compañía en la ruta o en laburo, o la que está en el living como si fuera la tele o en la cocina como si fuera el microondas o en el baño, ¿Por qué no? Mientras nos enjabonamos las noticias. Y la modernidad del podcast para escuchar cuando uno quiera y donde quiera.

Hoy la radio es cada vez más un ícono en la red de redes que con un click en el real audio o en el celular te permite saber desde Lieja en Bélgica que calle está cortada y que semáforos no funcionan en el centro de Buenos Aires. La primera vez que llevé a mi hijo a una radio miró medio aburrido para todos lados y con sabiduría infantil dijo: “Pá: esto no es una radio, esto es un edificio”. ¡Cuánta razón tenía Dieguito en aquella época!

Hay algunos que confunden la radio con el lugar físico en donde funciona. Con estas paredes llenas de historia. Con estos micrófonos que no perdonan. Con esa luz roja que tanto temo y que tanto quiero, con aquella vidriera que nos muestra operador al Pepo Colodrero que tiene una hermosa costumbre: las primeras palabras que me dice, todos los días es un deseo: “Buen programa” y arranca. A veces no está Pepo y llega Dana, Emanuel, Lucas, el gran Bonello, Gaspar, Oscar Ruiz siempre con ganas, Adrián, el jefe, y Juan Pablo. Ellos nos lanzan luces de advertencia y nos dicen, ojo que venimos. O nos gritan: “Aire”. Atrás hay otros compañeros que producen todo el contenido, cortan audios y llamaditos telefónicos, buscan entrevistados y noticias. Allí está Mariana, Nacho, Andy y sus twiters y la mirada sabia de Marta Lamas e incluso celebramos que Marina, la hija del Chaucha Bianco, uno de los más grandes productores de radio que conocí, hoy juegue en este equipo.

¿Eso es la radio? Algunas sillas, una mesa, la ceremonia del mate. ¿Eso es la radio? De ninguna manera, la radio no es un hecho inmobiliario. Entonces, ¿Qué es la radio? La posibilidad de transmitir palabras y músicas a través de ondas hertzianas, micrófonos, ecualizadores, una consola de sonido, casseteras, compacteras, mini disc y compus que despachan publicidades grabadas, una antena gigantesca, híbridos y del otro lado un aparato más grande o más chico que recibe todo eso. Dígame la verdad, ¿Eso es la radio? De ninguna manera, la radio no es un hecho electrónico.

Y entonces, ¿Qué es la radio? ¿Porque se habla tanto de ella? ¿Por qué algunos tontos la tratan como una hermanita menor si tiene un siglo de vigencia absoluta a pesar de tanto cambio tecnológico, tanto mail, tanto tuit, Instagram o Facebook, celulares o cámaras HD? ¿Por qué sigue ocupando un lugar tan destacado, creíble e irremplazable? Ni el cine ni la tele, ni la poderosa internet pudieron con la radio. Todo lo contrario, la radio se sirvió de todos ellos para llegar antes y mejor. Para ser más radio.

La radio es como la cigarra de María Elena Wash. Tantas veces la mataron, tantas desapareció, a su propio entierro fue y sin embargo esta aquí, resucitando. Muchas veces la gente que visita la radio sale un poco desilusionada como mi hijo aquella primera vez. Seguramente espera ver decorados, tarimas, escenografías, telones, noticias viejas, risas nuevas, disfraces, dragones y hasta algún que otro mago. Pero no. No encuentra nada de eso. Solamente unas cuantas personas en el centro de una habitación hablándole con gestos y ademanes a un fierrito que no sabe, no contesta. Los que no hablan en ese momento hacen todo en cámara lenta y se mueven como si la gravedad no existiera. Parecen locos que caminan por la luna. Juegan a dígalo con mímica, escriben grande en los papeles los nombres muy famosos o muy desconocidos de los entrevistados y tratan de leer los portales en la notebook o sin que el papel haga ruido y se escape por el micrófono.

Evidentemente la radio no está allí. El edificio, la tecnología y las personas no alcanzan para hacer una radio. Muchos señores amantes de la razón pura creen que sí. Creen que con todo alcanza y sobra y se equivocan. Ni siquiera es televisión pero sin imagen. La radio se completa con la imaginación de ambos lados. Los que piensan así no tienen una radio. A lo sumo un gigantesco altoparlante, un altavoz que llega lejos. Eso tienen… pero de ninguna manera tienen una radio.

Para definir una radio es condición fundamental haber leído el principito para comprender que lo esencial es invisible a los ojos. Es el único lugar donde no hacer falta ver para creer. Desmiente ese dicho de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Acá es al revés. Si hay una verdadera radio, ojos que no ven, corazón que siente mucho. Por eso quien visita una radio no ve nada importante pero allí hay cosas importantes. Por eso la radio se escucha, pero sobre todo, se siente. La radio es esa carta pidiendo ayuda para una familia inundada que genera una catarata solidaria. Es esa convocatoria a la esperanza que hacemos con la buena noticia. ¿Usted ve la solidaridad y la esperanza? Por supuesto que no, pero la siente. La puede palpar y compartir. Igual que la alegría que desborda cuando nos equivocamos y nos tentamos o alguien nos cuenta que recibió esa ayuda y esa hermandad que pedimos al aire. Ese nudo en la garganta que se siente acá, ese cosquilleo en el pecho que mezcla las risas y el llanto, ¿Cómo se llama ese clima intangible? Radio, eso se llama radio.

La radio es esa señora que pide un bolero de aquella época porque es su aniversario de casamiento y quiere homenajear al hombre que la acompaña desde hace tantos años y le cocina un guisito de ternura, compra un vino especial y la mujer que al amor no se entrega no merece llamarse mujer. ¿Cómo se llama ese clima romántico? Radio, ese clima se llama radio.

Sin estas cosas usted tendrá muy buena información, o el coraje de una opinión jugada, pero no tendrá radio. La radio es la que siempre llega primero, es la primera versión del periodismo que a su vez es la primera versión de la historia. Por eso la radio hace historia todos los días. Sin esos climas, sin esos temblores, sin esas fantasías, usted tendrá algo honorable y muy útil tal vez, pero que no se llamará radio.

La radio es Cacho Fontana o Antonio Carrizo, Bravito, Mateyko o Badía. La radio es Mareco y el negro Víctor Brizuela y Fioravanti o el Gordo Muñoz. La radio es Pepe Eliaschev y Magdaena Ruiz Guiñazú. La radio es Longobardi y Lanata. Nico Wiñasky y su viejo. Mi hijo Diego y María Isabel Sánchez con Rolo, y Tato y las recetas de sabiduría del doctor Lopez Rosetti o Cormillot. La radio es Mitre informa primero y las gargantas de oro de Trichi y Marcelito Elorza. Las risas, los PNT y las campanitas de Natalia López, Andres Estévez Mirson, Marcela Labarca, la Negra Verón o Mariel Di Lenarda. Eso es la radio. ¿Cómo está la calle, Willy? Las historias de Cristina Pérez. El pase con tonada con Pablo Rossi o el periodismo puro de Mercedes Ninci. La rigurosidad de Gonzalo Sánchez, las caricaturas de Nacho Bulián, la urgencia de Jorge Moure… y tantos hermanos que no los puedo nombrar porque estaría toda la tarde.

Un equipo de radio, un verdadero dream team que me acompaña con Marcela Giorgi, Federico Andahazi y Juan Bindi. La radio es mi amigo Jorge Fernández Díaz sembrando literatura y coraje por las noches. La radio sube desde el pié y baja la escalera con Corda, Porta y Valeri.

La radio es el aire libre que todos respiramos. La radio es estar en el ring side de la vida como dice Magdalena Ruiz Guiñazú. Es un lugar de riesgo y audacia para caminar por el alambre. La radio es el teatro de la mente o el teatro sin imagen como me dijo ese genio del Negro Hugo Guerrero Martinheitz. Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de la radio en el teatro Coliseo de Buenos Aires con la música de Parsifal.

A esta hora exactamente hay millones de aparatos encendidos buscando una radio, sintonizando un síntoma, un aroma, un color en las ondas. Cuando esos aparatos encuentran una radio difícilmente se vayan. La consideran un miembro más de su familia. La quieren y la insultan. Discuten con ella, la abrazan, piden temas musicales, piden que le pasen sus mensajes, protestan, elogian, piden soluciones que no tenemos, aportan ideas. La gente interactúa con la radio como con ningún otro medio. Van y vuelven. Pasan de receptores a emisores. De oyentes a auditores. Miran la radio conmovidos como quien mira la vida. Fernando Bravo, uno de sus reinventores dijo que la radio es en vivo y en directo, va a domicilio, es gratis, no se suspende por mal tiempo y está atendida por sus propios dueños.

Cuando uno encuentra una radio se da cuenta de inmediato. Porque lo siente acá. En el pecho y sabe que es un lugar en el corazón y en el cerebro donde se cruzan la emoción, la imaginación y la solidaridad.

Eso es la radio. O por lo menos creo que en esa radio creo. En ese milagro cotidiano llamado radio. Llegamos. Un siglo de radio. Por cien años más.

Editorial de Alfredo Leuco en Le doy mi Palabra, por Radio Mitre.