Se equivoca Rodríguez Larreta. O mejor dicho, se queda corto. Cristina no se quiere quedar “de prepo y por la fuerza” con el manejo de la ciudad. Cristina se quiere quedar con todo.
Lo dijo en aquel acto de Rosario cuando silabeó el tristemente célebre: “Vamos por todo”. ¿Se acuerda?
Ese totalitarismo de su carácter, esa bulimia por el poder y por el dinero, es la conexión que la llevó a instalar una autocracia en Santa Cruz y a soñar con una tiranía chavista similar a las de Venezuela y Cuba.
El peronismo en general, pero los Kirchner en particular, se consideran propietarios de la Casa Rosada y no inquilinos por cuatro años. Se apoderan, en todo el sentido de la palabra, del patrimonio de los argentinos. Cada ministerio, cada universidad, cada gremio, lo transforman en una unidad básica que defiende sus intereses y donde borran todo signo de pluralismo. Es lo mismo que pretenden hacer con la justicia. Ponerle la camiseta partidaria, reducirla a la servidumbre de Cristina para que convierta, por arte de mafia, en inocentes a los culpables de la cleptocracia y para que persiga a dirigentes opositores que los denunciaron.
Cristina y su tropa están en el gobierno, pero no están conformes. Quieren controlar todo para que nadie los controle a ellos. Ese populismo autoritario se alimenta de violencia y odio y de corrupción a gran escala. No lo han podido lograr porque en este país, por suerte, todavía hay una reserva muy importante de ciudadanos democráticos y republicanos que defienden la independencia de los poderes, la honestidad de las manos limpias y el pluralismo ideológico.
Los cristinistas no se rinden. Su jefa espiritual, está en su peor momento y hace una exhibición obscena de esa debilidad. Pero conserva un gran poder de daño que se potencia con la perversidad de sus concepciones.
Solo en su cabeza desquiciada se le puede ocurrir comparar lo que ocurrió el sábado con el 2001 o la dictadura. Su fanatismo la ciega.
La reina de la Recoleta acusó a la Policía de la Ciudad de ser política.
Una mentira del tamaño de las estancias de Lázaro Báez. Policías bravas subordinadas a la arbitrariedad de los gobernantes existen con los señores feudales de Formosa o de la propia provincia de Santa Cruz.
Su planteo de que en la Constitución no se habla de autonomía de la ciudad es una real malicia. Ella sabe, porque fue convencional constituyente, que la ciudad es Autónoma por definición y por mandato constitucional. Pero miente a sabiendas porque reconoce que en esta ciudad, ella es mala palabra y la mayoría de sus habitantes la desprecian.
Cristina identificó a la ciudad como el centro generador de poder del PRO y por extensión de Juntos por el Cambio. Hoy es una especie de fuerte inexpugnable para el peronismo de todo tipo. Es una vidriera que muestra una buena gestión y por eso, Cristina, siempre apuntó sus cañones para este lado.
¿Se acuerda cuando habló de los helechos iluminados y los agapantos?
Se mostró molesta por la belleza de la Ciudad, “opulenta”, la llamó el presidente decorativo de la Nación. Y se lamentó porque la provincia de Buenos Aires se inunda cada vez que llueve y sus habitantes tienen que “chapalear” en el barro. Manipuladora como siempre, la vice presidenta ocultó que La Matanza hace 39 años que tiene intendentes peronistas inútiles y en muchos casos corruptos que no fueron capaces de construir asfalto, cloacas, agua potable e infraestructura para los más necesitados.
Varias veces el intendente Fernando Espinoza le ofreció a Cristina que se mudara a la que definió como “la capital del peronismo”, pero Cristina mantuvo su idea de vivir en el corazón de la Recoleta.
Esa hipocresía y cinismo de Cristina también afloró cuando criticó la monumental obra del Paseo del Bajo. Descongestionó el tránsito de camiones, bajó el nivel de contaminación y aumentó la productividad. Pero ella lo criticó porque dijo que ese túnel magnífico se había construido para que los camiones no les molestaran a los vecinos de Puerto Madero. Fue una manera brutal de malversar la información y de sesgar su interpretación. Pero lo más grave es el doble discurso. Porque la propia Cristina tiene dos departamentos en Puerto Madero, con dos cocheras y también viven allí Ginés González García y tuvo sus oficinas Cristóbal López y el propio presidente Alberto habitó un departamento que le prestó el matrimonio Albistur/ Tolosa Paz.
Todo el tiempo de pandemia, los gobernantes y los habitantes de la ciudad sufrieron declaraciones amenazantes y discriminatorias por parte de la dirigencia kirchnerista. Responsabilizaron de todo a los chetos, a los runners, a los ricos que viajaban y a los que querían mantener las aulas abiertas pese a la férrea oposición de los Baradel y compañía.
El colmo fue cuando Alberto le robó un punto de coparticipación a la ciudad para auxiliar la pésima gestión de Axel Kicillof en la provincia. Con la policía reclamando y casi amotinada en las puertas de la Quinta de Olivos, Alberto le metió la mano en el bolsillo a todos los porteños y le dio una fortuna a Kicillof.
Eso fue hace dos años. Pero desde que asumió este cuarto gobierno kirchnerista hostigaron en todos los planos a la Ciudad de Buenos Aires que cada vez que puede los castiga en las urnas. Como no pueden dominar este distrito, ahora Cristina propuso revisar el tema de la autonomía. Quiere volver al pasado y que el intendente sea elegido por el presidente como si fuera una monarquía y los habitantes de la ciudad fueran ciudadanos de segunda. Quiere tener a la ciudad arrodillada a sus pies. Eso es cierto, tal como lo dijo Larreta. Pero se quedó corto. Someter a la ciudad a sus caprichos, es el primer paso para colonizar la justicia, quebrar a los medios de comunicación, hacerle un monumento a todos los ladrones de estado y convertirlos en héroes revolucionarios y quedarse para siempre en el poder. Eso es lo que quiere Cristina. Ya lo avisó: “Vamos por todo”, dijo. Y están en eso.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre