El propio presidente Javier Milei lo dijo y ustedes lo acaban de escuchar: “Me comí un cachetazo”. Eso es absolutamente cierto. Lo que el jefe de estado no termina de entender es que también se comió un cachetazo su investidura, que es una institución de la República que nos representa a todos, hayamos votado o no a Milei. La investidura quedó salpicada.
Este es uno y solo uno, de los subproductos generados por el gravísimo Criptogate. La confirmación de que el presidente no tiene demasiada conciencia del valor, del peso y la potencia de su palabra. Por momentos parece creer que sigue siendo un polémico panelista de televisión o un influencer en las redes. Y no es así. Por decisión democrática y soberana en las urnas, es el jefe de todos los argentinos. Eso implica otro tipo de responsabilidades.
Milei en todo momento se enorgullecía de “acelerar en las curvas”. Y sus compañeros de ruta le festejaban esa afirmación. Era una fija que acelerando en las curvas, alguna vez, se iba a llevar por delante una pared. Y eso es lo que pasó. Chocó en un autódromo en el que corre solo. Varias veces hemos dicho que no hay un liderazgo ni un partido político que le presente batalla. Por lo menos hasta ahora.
Pero como su personalidad es volcánica y poco reflexiva, comete muchos errores no forzados. Y nadie se atreve a frenarlo por temor a que la jefa Karina Milei los ejecute o los haga volar por los aires con la temible guillotina. Libertarios de la primera hora, en voz baja y riguroso off me decían que esta vez la guillotina no va a funcionar porque los que le abrieron la puerta a varios impresentables tecno timberos de las cripto fueron su hermana Karina y su vocero Manuel Adorni.
Veremos que dice la justicia.
¿Fue torpeza de Milei o cometió un delito?
¿Es parte de su habitual abuso de las redes sociales? ¿El tuit suele ser más rápido que la reflexión o violó la Ley de Ética Pública?
En el artículo 2, la norma dice textualmente que el funcionario: “debe abstenerse de usar las instalaciones y servicios del Estado para su beneficio particular o para el de sus familiares, allegados o personas ajenas a la función oficial, a fin de avalar o promover algún producto, servicio o empresa”.
Es tan fuerte la crisis política que ayer por primera vez se pudo ver una grieta, aunque sea mínima, en el triángulo de hierro. Manuel Adorni reveló que tanto él como Milei habían considerado “equivocada e innecesario” la intervención de Santiago Caputo para frenar una entrevista e imponer condiciones.
Hasta ayer, Caputo era intocable. Hoy recibió fuego amigo. Tocaron al intocable.
Milei insiste con algunos caballitos de la batalla cultural que ya han demostrado su agotamiento. Dice que todo esto sirvió como principio de revelación para ver quien está del lado del cambio y quien del lado de la casta. Todos los argentinos ya sabemos quién juega en cada bando. No hace falta más principio de revelación. Es una verdad revelada. Dijo Milei que “no hay mayor estafa que Cristina”. Una mayoría de los argentinos ya lo sabe. Incluso, los que la vienen denunciando mucho antes que el presidente.
Nada de todo lo que acabamos de decir habilita para que los Karanchos con “K” del kirchnerismo se lancen desesperados a intentar voltear o desestabilizar al gobierno. El pedido de juicio político es un disparate proporcional a la decadencia de ese espacio autoritario, corrupto y chavista.
Milei acusó tanto el terremoto auto inflingido que entró en más contradicciones que las habituales. Utilizó metáforas auto incriminatorias. Por ejemplo dijo que esto era como la ruleta rusa y al que jugó, le tocó la bala. Es decir que el presidente de la Nación promovió o difundió o se reunió varias veces con estos muchachos oscuros que fomentan la ruleta rusa. ¿Esa es una tarea de un presidente? ¿Esa es una de sus prioridades?
No contento, dijo después, esto es como ir a jugar al casino y perder plata. ¿Cuál es el reclamo?
El reclamo, señor presidente, para empezar, es que en lugar de fomentar el esfuerzo, el sacrificio, el mérito, el estudio y el mundo productivo, usted “difundió” su alegría o adhesión por la apertura de un casino de última generación. Y algunos de los que participaron fueron sus empleadores hace tres años.
Milei necesita más bisturí que motosierra en sus debates. Nadie lo frena y se pelea mucho con los propios, funcionarios y aliados y con personajes de la música que crecen en su magnitud después de las hostilidades que les dedica el presidente. Lali Depósito o María BCRA no son calificativos divertidos. A Milei no le suman nada, solo a sus talibanes tuiteros.
Ya salió hasta el propio Abel Pintos a decir que rechaza todo tipo de falta de respeto y que le parecieron lamentables los dichos de Milei sobre sus colegas.
Más de 120 mil chicos vieron y escucharon en el Cosquín Rock críticas a Milei. Es todo pérdida para Milei. Pero insiste con esas presuntas picardías. Abroquela sectores en su contra a pura desmesura y sin racionalidad política.
La soberbia propia y la genuflexión de sus colaboradores es muy mala consejera. No puede proclamar a cada rato que el suyo, es el mejor gobierno de la historia. Eso está por verse. Recién va un año de gobierno. Ojalá lo sea por el bien de todos los argentinos. Pero falta mucho. Y si no modifica algunos comportamientos se puede comer otros cachetazos.
Editorial de Alfredo Leuco en LN+