CCK, la cultura si se mancha

910

La definición de Alfonsín es una radiografía de lo mejor del sistema: con la democracia se come, se cura y se educa. Ese es el desafío, la utopía de un pueblo. Que se igualen las oportunidades y después, cada uno con su esfuerzo y talento pueda conseguir que la democracia le permita comer a todos, darle salud y educación. Esas son y deben ser las prioridades de cualquier gobierno sano. Tengo claro que en la economía, en el combate feroz contra la inflación y la pobreza, está la llave que abrirá todas las puertas de la esperanza. Cuando volvamos a ser un país normal, vendrán las inversiones, los puestos de trabajo y podremos reconstruir el mapa de nuestro territorio dinamitado por los corruptos de estado y el chavismo K.

Eso está claro. Lo más importante es garantizar lo antes posible la comida, la salud y la educación. Eso lo entiendo y no estoy fomentando otra cosa. Pero digo que la democracia también se construye con símbolos. Hay señales que hay que dar para mostrar el rumbo de una ética y una transparencia que la gente pide a gritos. El que las hace, las paga, dice este gobierno. De eso se trata. Es positivo que el presidente Javier Milei diga que no van a perseguir a nadie. Estamos hartos de los kirchneristas que se cansaron de perseguir a los que pensamos distinto. Pero espero que eso no signifique que se intente evitar que sea el código penal que persiga a los ladrones que durante 16 de los últimos 20 años se robaron miles y miles de dólares. No podemos hacer tabula rasa con los malandras que se enriquecieron ilícitamente. No lo podemos hacer porque hay que recuperar la plata que se llevaron y porque el mensaje a favor de la honestidad y la transparencia debe ser contundente. El que las hace las paga. Y el que las hizo también las debe pagar. Sin ninguna injerencia del poder ejecutivo, por supuesto. Pero colaborando con la justicia para que los juicios, los castigos y las condenas avancen. La democracia no tiene fortaleza si se instala la impunidad. Si no se castiga a los ladrones, no se premia a los honrados.

Lo digo porque una editorial del diario La Nación de estas últimas horas, me despertó esta reflexión. Así como hay emblemas populares de la decencia como el doctor René Favaloro, por ejemplo, también hay emblemas de la corrupción, como el apellido Kirchner. Insisto, no estoy reclamando venganza ni nada que se le parezca. Pero es una vergüenza para todos los argentinos honorables que uno de los lugares más hermosos de la cultura lleve el nombre de Centro Cultural Kirchner. Las estafas y el enriquecimiento ilícito están muy lejos de la cultura. Es cierto que la sabiduría popular los minimizó apelando a las siglas del CCK. Pero es un engaña pichanga. Todos sabemos que ese apellido no debería estar en ese lugar. No nos representa. Hace pocos días la ex vice presidenta, Cristina Fernández de Kirchner ordenó sacar la estatua de su marido Néstor del del centro cultural ubicado en el ex Palacio de Correos. Estaba emplazada en el hall de entrada y era un sapo de cemento que había que tragarse para ingresar a escuchar algún músico o a ver teatro o una muestra de cuadros.

Cristina temía que ese monumento a la corrupción fuera vandalizado por los nuevos tiempos y ordenó llevarlo al territorio liberado de Quilmes. Allí manda la camporista Mayra Mendoza que cuidará celosamente al Néstor de piedra. Ella tiene tatuado su rostro en su cuerpo. Los tatuajes son eternos.

Le recuerdo que esa estatua estaba en la entrada a la sede del Unasur en Ecuador cuando el presidente era Rafael Correa. Pero cuando ganó las elecciones Lenin Moreno, el parlamento ecuatoriano con el voto mayoritario decidió remover a ese Néstor Kirchner granítico porque según aseguraron “era un mal ejemplo, era un símbolo de la corrupción”. Cristina lo mandó a repatriar y no tuvieron mejor idea que ponerlo en el CCK.

Es una satisfacción que esa estatua ya no esté en un lugar que debe ser para todos los argentinos. Para los que votaron a Massa, los que votaron a Milei y los que votaron en blanco. Es un activo del país. Pero lleva el nombre de un corrupto que representa solo a una facción, a un fragmento de la sociedad, no a la totalidad. Cambiar su nombre por otro que transmita valores y que no tenga camisetas partidarias no es una tontería ni un capricho. No estoy fomentando que se le ponga el nombre de algún símbolo del anti peronismo. No, de ninguna manera. Sería caer en el mismo sectarismo. Pagar con su misma moneda. Todo lo contrario. Hablo de rebautizar ese lugar con un nombre ecuménico, que no tenga grietas. No estaría mal volver a su nombre original de Centro Cultural del Bicentenario. El CCB. ¿Qué le parece? Ese era el primer nombre y nos envuelve a todos.

Lo digo porque me llamaron la atención las declaraciones livianas y por lo menos polémicas de la nueva directora del complejo cultural. Valeria Ambrosio, exitosa directoral teatral, dijo textualmente que era “ridículo” cambiar el nombre y que no le parecía “algo inteligente de hacer. Es un lugar que nació de una manera, tienen un nombre y tiene una identidad que conservar” y de paso dijo que no piensa echar a nadie cuando es vox populi que allí, al igual que en todos los pliegues del estado, hay mucha militancia encubierta entre los verdaderos empleados. Ambrosio agregó que “la cultura es lo último que hay que recortar”.

Como puede verse son varias las imprecisiones y las decisiones flojas de papeles de Ambrosio.

Nadie habla de recortar la cultura. Por el contrario. Rescatar y hacer más eficiente el trabajo de los profesionales y evitar que parte del presupuesto se pierda en dirigencia política rentada es a favor de la cultura. Y lo último que hay que recortar es la educación, la salud y los alimentos de los que más necesitan.

No es para nada ridículo, como ella dice, que se proponga cambiar un nombre que transmite delitos y conceptos tóxicos y de una parcialidad partidaria. Y ella debería saber que ese lugar no nació con ese nombre. Insisto: fue parido como Centro Cultural del Bicentenario y luego, en 2012 se le impuso el nombre de Centro Cultural Kirchner. Y la identidad que tiene que conservar es lamentable si uno se guía por la placa de gran tamaño que hay en la puerta. Además de Cristina, están grabados en mármol los nombres de Julio de Vido y José López, todos juzgado por la justicia y condenados por corrupción. Maradona cuando se despidió y pidió perdón por sus errores, dijo que la pelota no se mancha. Y es cierto. Tan cierto como que la cultura si se mancha. Volver al nombre de Centro Cultural del Bicentenario sería una manera de limpiar ese lugar que pertenece a todos los argentinos. Los corruptos no deben ser homenajeados por el estado. Todo lo contrario. Deben ser condenados.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre