Borges 125 y Cortázar 110

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Ayer se cumplieron 125 años del nacimiento de Jorge Luis Borges. Mañana, Julio Cortázar cumpliría 110 años.

Esta convergencia redonda parece escrita por el misterio de esos dos ebanistas de las palabras. Es hora de celebrarlos.

Borges , en el “Poema de los Dones” escribió algo que siempre me maravilló porque sospecho que, en unas  pocas líneas, define con integridad la llegada de su ceguera: “Nadie rebaje a lágrimas o reproches/ esta declaración de la maestría de Dios/ que con magnífica ironía/ me dio a la misma vez/ los libros y la noche”.

A Julio Cortázar, los argentinos le debemos mucho. Murió en Paris donde eligió vivir. Una leucemia analfabeta le fue erosionando su cuerpo pero su corazón ya venía muerto desde la muerte de su gran amor, de Carol Dunlop, su tercera esposa con la que hoy comparte el cielo y la tierra en el cementerio de Montparnasse.

Borges vive eterno en el corazón de sus lectores que hoy se multiplican hasta en la China donde es el escritor más traducido del español. Sin ninguna ostentación, dio catedra con su pluma alada en el cuento, la poesía, las traducciones, las críticas literarias y los ensayos provocadores. Fue el hombre más brillante de la literatura de nuestro país y de los alrededores del idioma español.

Para Cortázar, los libros fueron su tabla de salvación. La posibilidad de seguir flotando aún en las tormentas más terribles. En su casa de la infancia de Banfield, se encerró a leer día y noche cuando su padre los abandonó para siempre, sin decir una palabra. A escribir día y noche, también se encerró en su casa de la madurez en Paris cuando América Latina empezó a desgarrarse en su alma. Nunca dejó de ser un cronopio que sólo perseguía su regocijo personal. Vos sabes, le dijo a Fernández Retamar, en una carta de 1967, que el almidón y yo, no hacemos buenas camisas. Era tierno y tenía un sentido del humor maravilloso.

Borges fue el que revolucionó el lenguaje, el que lo reinventó. El erudito que supo multiplicar en espejos las paradojas y descifrar los sueños. Le digo más todavía. Creo que Borges es un patrimonio nacional que hay que preservar y difundir por los siglos de los siglos, amén. Borges nos dejó una herencia de identidad cuando sentenció:

“Nadie es la patria, pero todos lo somos”. O con su rabiosa bronca a Perón, denunció: “los peronistas no son buenos ni malos, son incorregibles”.

Cortázar disfrutaba de la metafísica de Macedonio Fernández porque se reía a carcajadas. El realismo socialista siempre le resultó aburrido, pesado, decía que en esos casos la ideología mataba a la literatura y que llegó a sentir horror por esos escritores de la obediencia debida.

Borges provocó algo que parece mentira. Hoy existen científicos, físicos matemáticos cuánticos que encuentran en sus ficciones elementos reales para investigar. Borges soñaba y escribía con idéntica rigurosidad.

Julio Florencio Cortázar, nació en Ixelles, Bélgica y tenía cara de chico aún en sus 69 moribundos años.

En su niñez imaginaba animales mitológicos para sorprender y sorprenderse y apostó siempre a lo fantástico, a esa dimensión alucinante de la realidad más cotidiana. La supo encontrar y la supo contar.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, murió en Ginebra, Suiza y en varias de sus posturas políticas se mostró reaccionario y elitista en sus simpatías con el dictador chileno Augusto Pinochet, por ejemplo. Tal vez por eso nunca ganó el premio Nobel cosa que seguramente le importó muy poco. Más allá que en 1980 se arrepintió con sinceridad. “Me equivoqué – dijo- no debería haber elogiado a los militares. Por su degradación ética, hoy no los apoyaría”.

Cortázar compartió con Borges muchas más cosas de lo que los militantes políticos literarios de los finales del 60 podían imaginar. Porque era una de las tantas antinomias, como se decía entonces. Borges o Cortázar. El reaccionario de derecha o el amigo de la Cuba de Fidel y el Chile de Salvador Allende. Borges o Cortázar, como una segunda vuelta de la batalla entre Boedo y Florida, era discusión apasionada en las universidades y los bares. Sin embargo, ambos amaron profundamente los laberintos, el tango, el jazz y las muchachas de ojos verdes como La Maga. Ambos fueron tozudos antiperonistas y quisieron morir fuera de la Argentina. Y allá están sus restos, más cerca entre sí que de nosotros.

Borges llegó a la cima de su talento con El Aleph o el Hombre de la Esquina Rosada, por ejemplo. Y en la austeridad de su sentencia al decir que “no los une el amor sino el espanto”. En 1981, Borges salió de la contradicción en el que se había metido y tuvo el coraje orillero de poner su firma en la primera solicitada de Las Madres de Plaza de Mayo.

Cortázar tuvo una bendición premonitoria cuando Borges le editó su primer cuento en la revista “Los anales de Buenos Aires”. Los periodistas de mi generación le debemos mucho. Porque

metió de prepo el lenguaje de la calle en la alta literatura. Porque todos alguna vez intentamos imitarlo sin el menor de los éxitos, porque todos alguna vez lo leímos con el mayor de los placeres.

Borges tuvo una batalla cuerpo a cuerpo con el peronismo que se multiplicó cuando le mojaron la oreja y lo convirtieron en inspector de ferias municipales. Entre Borges y Perón hubo una lucha cultural feroz. Borges prologó a Arturo Jauretche que después forjó Forja pero que nunca le perdonó su antiperonismo y lo inmortalizó como profeta del odio.

Cortázar, en 1963, puso al lector en un pié de igualdad con el autor. Le permitió que cada uno eligiera su propia novela en esa maravillosa caja china que fue Rayuela, con una novela dentro de otra, con ese rompecabezas para jugar, siempre jugar con el ingenio y las neuronas y sobre todo con el lenguaje al que lo dio vuelta como una media una y mil veces.

Borges, después de pasar fugazmente por el anarquismo y el yrigoyenismo, se paró en la vereda lúcida, paqueta y elitista de Florida y humilló a los escritores del grupo de Boedo a los que llamó “poetas del mal humor obrero”. Se estaba refiriendo a Alvaro Yunque, César Tiempo, Elías Castelnuovo, Roberto Artl y Leónidas Barletta, entre otros que pusieron sus letras al servicio de la lucha social.

Cortázar fue inclaudicable en su lucha por denunciar a la dictadura argentina y reclamar por los desaparecidos porque sentía al país lejano como su “Casa Tomada”, como esa pesadilla que escribió de un saque, con todos los fuegos el fuego. Cortázar sí que dio vuelta al día en 80 mundos y en su último round tuvo “62 modelos para armar”. Nunca olvidó el susto que se pegó a los 9 años cuando robó un libro de Edgar Allan Poe para leerlo ni el placer que sintió cuando tradujo toda su obra.

Borges fue nuestro Shakespeare, según Santiago Kovadloff. Borges dijo que fue parido en la biblioteca de su padre a la que consideraba una versión del paraíso del que nunca salió.

Cortázar fue otro de nuestros padres eternos de nuestra literatura. Sus cuentos tienen la impronta de dos de sus ídolos, de Charlie Parker y de Justo Suarez. La cadencia y el torrente que improvisa del saxofonista del jazz y la habilidad para esquivar y la dureza para pegar del boxeo del Torito de Mataderos. Todos los textos de Cortázar y Borges son una incitación a la libertad y una apología de la belleza. Brindo por ellos.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre