Bibas, ni olvido ni perdón

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A mí nadie me la va a contar. Y mucho menos el terrorismo de Hamas y sus mentiras seriales.

A mí nadie me la va a contar. Yo estuve dos veces en la casa de los Silberman y de los Bibas. Ví y lloré en carne propia la masacre a la que sometieron a esa familia tan argentina como israelí.

A mí nadie me la va a contar. Estuve dos veces en el kibutz Nir Oz. Los ríos de sangre en las calles. El olor de la muerte y la pólvora. El salvajismo de los que cometieron crímenes de guerra y contra la humanidad. A ellos, sólo les corre odio por las venas.

La casa de Yossi y Marguit, totalmente quemada con ellos adentro. Les prendieron fuego, los incineraron vivos. Eran los padres de Shiri y los abuelos de Kfir y Ariel.

La casa de los Bibas estaba totalmente saqueada. Los balazos en la puerta de entrada. Los juguetes de Ariel, el disfraz de Batman, su triciclo inerte. Los pañales de Kfir triturados en el suelo como si fueran basura, animalitos de peluche sucios y arrastrados. El papel dorado de los alfajores Havanna, como otra señal de argentinidad. Las fotos de Tony, el perro de la familia que también asesinado. El cochecito de Kfir de solo 9 meses agujereado y tirado en el patio con la mamadera colgando.

Una pelota de fútbol de colores paralizada de pánico.

Yarden, el padre que fue liberado hace pocos días fue tomado como rehén. Primero resistió con su pistola y luego se entregó ante la catarata de balas de las ametralladoras de los adoradores de la muerte y de Irán. Pensó que con su rendición iba a salvar a su esposa y a sus hijos.

Pero se equivocó. Estos herederos de los nazis no tienen límite en su crueldad. Lo golpearon una y otra vez. Le hicieron sangrar la cabeza y se lo llevaron entre amenazas y motos.

La imagen de Shiri, con el horror absoluto en la mirada y abrazando a sus dos hijos mientras los secuestraban es una foto que quedará grabada en nuestra memoria colectiva. La leona quería proteger a sus dos cachorros, como los había nombrado en hebreo. Lo único que le interesaba, como a toda madre, era preservar la vida de sus hijos del alma.

Cuando vi ese video se me desgarró el corazón como los judíos desgarramos nuestra ropa frente a la tumba de nuestros seres queridos. Me marcó para toda la vida. Comprendí que el nazismo había vuelto con envase de islamismo extremo y con apoyo de la izquierda antisemita.

Hoy sabemos que Kfir y Ariel fueron asesinados a sangre fría con las propias manos por sus captores. Los ahorcaron, los asfixiaron. Fue confirmado por los informes rigurosos de los médicos forenses. De solo imaginar esa situación, no es posible dejar de llorar. Por el horror que padecieron esos chicos abriendo las bocas para poder encontrar oxígeno y por el agujero negro en el alma de una opinión pública mundial que no puso el grito en el cielo.

Kfir en noviembre tenía 10 meses. Ariel, cuatro añitos. ¿Qué daño podían causar esos dos coloraditos de sonrisa fácil y de inocencia absoluta? Las guerras son feroces pero, en  general es entre militares armados en ambos bandos. Pero arrancar de sus camas y de sus casas a toda una familia y presionar la garganta de dos chicos nos habla del mal infinito. De un fanatismo que glorifica la muerte de los que no rezan el mismo dios que ellos. De una perversidad superior a la de Hitler, porque filmaban y celebraban lo que hacía y luego bailaban alrededor de sus víctimas mientras disparaban tiros al cielo.

Para tratar de disfrazar esos asesinatos tan abominables, vandalizaron sus cuerpitos. Los desgarraron. Algunos dicen que los dinamitaron.

Lo que hicieron con la madre todavía es inexplicable. Entregaron un féretro donde ella no estaba. Fue una ceremonia cruel, humillante y burlona. Después de los alaridos de protesta y dolor las Brigadas Muyahidines Palestinas, entregaron su cuerpo. Dicen fuentes de inteligencia que estos terroristas aliados a Hamas fueron los que secuestraron y asesinaron a Shiri y los chicos.

Yarden Bibas, el único sobreviviente de los seis familiares que atacaron, regresó vivo por su fortaleza física y mental. Pero es terrible pensar en cómo está hoy su corazón y sus neuronas. Golpes, secuestros, torturas, cautiverio en túneles y jaulas, mentiras que le decían que Israel había destruido al resto de su familia y ahora, el mundo se le vino encima. Los cadáveres de sus seres más queridos se derrumbaron sobre él.

¿Cómo elaborar semejante duelo familiar y colectivo de los israelíes y de la humanidad que defiende los valores judeo cristianos? ¿De los que apuestan a la república, la democracia, la paz, la libertad y los derechos humanos de verdad?

Con Kfir y Ariel son 38 los niños asesinados. Siete eran menores de 6 años. Cuarenta y dos fueron secuestrados. Veinte chicos quedaron huérfanos de padre y madre. En muchos casos asesinaron a hijos delante de sus padres y a padres delante de sus hijos. Mutilaron cuerpos. Profanaron muertos.

¿Hay algo peor que este infierno tan temido? ¿Existe algo más macabro que estos energúmenos que quieren matar y morir para ir al paraíso?

El doctor Ricardo Nachman, argentino y gran autoridad forense en Israel, dice que el estado debería autorizar a mostrar todo lo que hicieron. Que no hemos visto ni el 50% de la barbarie. Que hay familias que han podido sepultar solamente un pedacito de 10 centímetros de tejido o una vértebra de sus seres queridos. Una barbarie digna de lo diabólico. Un ensañamiento casi sin antecedentes.

La mayoría de los argentinos sufrimos especialmente este terrorismo. Ya lo padecimos los atentados contra la AMIA, la embajada y en asesinato del fiscal Alberto Nisman.

Dicen los sabios de las biblias que la forma de consolarnos ante la pérdida de un ser querido es pensar que dejaron de estar a nuestro lado para pasar a estar dentro nuestro. Así será. Kfir, Ariel, y todos los asesinados por el terror genocida con la invasión del territorio de Israel y los caídos en combate estarán dentro nuestro, durante toda la vida y toda la muerte.

En el regreso de la democracia a la Argentina solíamos cantar en las calles: “Como a los nazis les va a pasar/ a donde vayan los iremos a buscar”. Y eso es lo que vamos a hacer.

Destruiremos las tinieblas para que aparezca la luz de la diversidad y la convivencia pacífica. Esta vez no vamos con la cabeza gacha al matadero de los hornos crematorios. Esta vez nos defendemos con todo lo que tenemos.

Después de Auschwitz dijimos: “Nunca más”. Ahora decimos: “Ni olvido, ni perdón”.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre