Andahazi: “El karma argentino”

790

La Argentina acaba de entrar en el peor de los mundos: al colapso económico más dramático de la historia se le agrega una de las mayores tasas de contagios de Covid-19 de todo el planeta.

Nuestro país está empezando a pagar la falta de planes de la que se jactó el presidente en el Financial Times, el medio económico más consultado del mundo.

La cuarentena masiva e indiscriminada, la más extensa del mundo, en efecto, no constituye un plan, sino, más bien al contrario, es la forma que concibió la sociedad medieval, precientífica, para evitar cualquier estrategia.

Pero incluso en la Edad Media, las cuarentenas duraban cuarenta días, no centenares. Desde el comienzo de la pandemia y a partir de la declaración de la cuarentena, la Argentina fue trazando su destino.

Igual que en las tragedias griegas, ese destino, como lugar de llegada y como albur, estaba escrito desde el comienzo, anunciado por el oráculo.

No fueron pocas las voces que anunciaron que al final del camino se unirían la ruina económica y el crecimiento de los contagios, sin que exista una comisión de economistas que contrapese a la de los infectólogos que trazan las políticas de este país.

Al invocar el nombre del Dr. Cahn, muchos recuerdan al temible Gengis Khan, el que devastó Samarcanda con la misma saña con la que nuestro gran Cahn arrasó con la economía.

El programa sanitario de los consejeros del presidente hasta ahora, sólo hasta ahora, dejó un saldo de desocupación récord, deserción escolar sin precedentes, caída del poder adquisitivo de los salarios, caída del comercio, de la industria, de las expectativas, del consumo, la extinción de más de 300.000 empleos, y una inflación imparable.

Con justicia podría llamarse el plan Pedro Gengis Khan. El único plan fue la división del trabajo en la gestión del coronavirus: Cristina se quedó con la corona y Alberto con el virus.

Aunque, al parecer, la reina no estaría pudiendo reinar y al presidente se le estaría haciendo cuesta arriba gobernar.

La vice no consigue ningún éxito en sus áreas de interés: la expropiación de Vicentín naufragó, la ampliación de la corte se adivina inviable y la reforma de la justicia no pasaría la prueba en diputados.

Mientras vemos las playas europeas repletas, el ministro de salud bonaerense nos dice que ni soñemos con las vacaciones del próximo verano, insulta al gobierno de Brasil y culpa a la prensa por el fracaso de las políticas que pretende imponer en la Ciudad de Buenos Aires y ni siquiera puede hacer cumplir en su propio territorio.

Pero además, el gobierno se metió sin que nadie lo empujara en una trampa de la que no sabe cómo salir: se comparó con el resto del mundo en términos despectivos, soberbios e innecesarios.

No sólo se ganó las desmentidas airadas de Chile, Brasil, Cataluña y Suecia, sino que Fernández, que se resiste a ser dueño de su silencio, se convirtió en el esclavo de sus palabras.

En efecto, en su papel de docente universitario, entre filminas y números equivocados, detrás de unos lentes anacrónicos que le hacen ver el mundo con medio siglo de atraso, Alberto Fernández se permitió dictar cátedra de salud pública nada menos que a Suecia.

¡Suecia!, el país con el sistema de salud más avanzado del planeta. Los representantes del kirchnerismo ostentan una tendencia irrefrenable a practicar el ridículo y poner la cabeza en la guillotina sin que nadie los obligue.

Así como el inefable Aníbal Fernández ofreció a la posteridad la inolvidable frase “en Argentina hay menos pobres que en Alemania” y será recordado sólo por eso, Alberto quiso arrebatarle su lugar en el podio.

Dijo sin que se le cayera la cara de vergüenza que si Argentina siguiera ciertas recomendaciones hoy estaría como Suecia. Hace un par de semanas sucedió lo que presagiaba el oráculo: Argentina alcanzó y superó a Suecia con 246.486 contagios, contra 82.972 de Suecia.

Entre que el presidente abrió la boca y el día de la fecha, Argentina triplicó a Suecia en número de enfermos. La semana próxima el gobierno deberá soportar con vergüenza y los argentinos con dolor la triste noticia de que Argentina superará a Suecia en también en número de muertos.

El karma no es un concepto mágico: es la consecuencia de cada acto; una secuencia de causas y efectos que, en este caso, se pueden establecer con claridad meridiana.

Este destino estaba escrito desde que Alberto confesó “Cristina y yo somos lo mismo”. Quienes no quisieron escuchar esa frase sellaron su propia suerte el día que pusieron su voto en la urna, oráculo y karma a la que nadie podrá transferir la culpa por sus propias decisiones.