A cada Alberto le llega su San Martín

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Un día como el de ayer, pasó a la eternidad don José de San Martín, el argentino más grande de todos los tiempos. Justo en estos días hay un consenso masivo de que Alberto Fernández fue el  peor presidente de la historia. Y un ser humano despreciable al que es muy difícil encontrarle una virtud: mentiroso, golpeador de mujeres, baboso, corrupto y sobre todo, un hipócrita que alardeó de todo lo que carece.

Todas las comparaciones son odiosas. Pero la verdad es que fue el propio Alberto el que cometió la herejía de decir que “San Martín miraba el país, igual que nosotros”. Nunca olvidaré aquel discurso provocador. Tuvo la cara de acero para compararse con nuestro prócer máximo. Justo él que es nuestra máxima vergüenza ajena nacional.

San Martín es el día que nos ilumina y Alberto es la noche que nos oscurece como país. Los separa un abismo ético.  Sobre todo si queremos construir una patria digna para todos. No debemos olvidar los mejores ejemplos para imitar ni los peores que tenemos que extirpar.

El Padre de la Patria cruzó la imponente cordillera de Los Andes con su mensaje de libertad. Fue la más grande epopeya americana que se recuerde.

 Alberto cruzó todos los límites legales con la fiesta clandestina de Olivos y los traficantes de vacunas vip, el robo organizado de los intermediarios de los  seguros y la violencia contra su propia mujer con patadas en el suelo mientras ella estaba embarazada. Cachetazos diarios y hasta un intento de ahorcarla. Incluso llegó a amenazarla con suicidarse. Se pegó miles de tiros en los pies.

El motor emancipador de San Martín tuvo una potencia gigantesca. Liberar el continente fue su utopía en marcha.  La vocación de Alberto, por el contrario, fue engancharnos como vagón de cola de las locomotoras del atraso y la violación de los derechos humanos como Cuba y Venezuela. Se puso al frente del Grupo Puebla y ahora sus propios compañeros falsamente progres lo expulsaron de ese organismo. Lo mismo hizo Argentinos Juniors, el Partido Justicialista y hasta sus vecinos lo declararon personal no grata. Alberto es una mancha de estiércol que mancha al que se le acerca.

Hoy Alberto Fernández está en el peor momento de su triste existencia. A San Martín lo necesitamos más que nunca. ¡Qué bien que nos vendría en estos tiempos de cólera y twitter su sabiduría y su coraje patriótico! Qué bien que nos vendría que bajara del bronce o se escapara de los libros para darnos cátedra de cómo ser un buen argentino sin robar ni perseguir a nadie ni sembrar el odio y la violencia entre los hermanos. Porque todavía vive en el corazón de los argentinos.

San Martín, era austero y honrado hasta la obsesión. Incluso le hizo quemar a su esposa Remedios los fastuosos vestidos de Paris que tenía porque decía que no eran lujos dignos de un militar.

Alberto autorizó una fiesta clandestina de cumpleaños para su pareja con champagne y torta de alta gama. Encima, la quiso ocultar con sus mentiras y después no tuvo otra idea que apelar a la cobardía de responsabilizarla a ella. Sobre la hora del ridículo de donde nunca se vuelve, finalmente a los gritos y con el dedito acusador, se hizo cargo. Alberto humilló a Fabiola mientras se auto percibía como el presidente feminista que terminó con el patriarcado. Convirtió a la Casa Rosada en prostíbulo, en un albergue transitorio donde pasaron muchas de sus masturbaciones.

San Martín manejó cataratas de fondos públicos y murió sin un peso. En su testamento se negó a todo tipo de funerales. La muerte lo encontró en el exilio, casi ciego, muy lejos de Puerto Madero en todo sentido. Ese barrio lujoso donde vive Alberto en un departamento que le prestó su amigo Pepe Albistur, que todavía debe estar comiendo el pochoclo envenenado por las atrocidades de su amigo.

Don José de San Martín fue un ejemplo de rectitud cívica en tiempos de traiciones, corrupción y contrabando. Alberto no denunció nunca los delitos ni los negociados que hizo el matrimonio Kirchner y ahora dice que nunca existieron y que la justicia perseguía a su jefa porque es una líder revolucionaria. Ahora está a punto ir a la prisión preventiva por los delitos de violencia de género, porque entorpeció la investigación y en cualquier momento lo van a imputar por corrupción y asociación ilícita. Se sabe que a seguro se lo llevaron preso. Su teléfono celular ahora será peritado en la causa por la estafa con los seguros.  

Estamos hablando de San Martín, que como primer acto de gobierno en Perú aseguró libertad de prensa y decretó la libertad de los indios y de los hijos de esclavos y encima redactó el estatuto provisional, un claro antecedentes de nuestra Constitución tan humillada durante demasiado tiempo. Su gran preocupación fue no concentrar el poder y por eso creo el Consejo de Estado y se preocupó para que el Poder Judicial fuera realmente independiente. Repito, insisto: todo lo contrario al vamos por todo y al intento de dominar y poner de rodillas a la justicia para lograr la impunidad. Una de las enseñanzas más maravillosas que nos dejó San Martín tiene que ver con su rechazo al silencio temeroso generado por todos los  autoritarismos: “Hace más ruido un solo hombre gritando que cien mil que están callados”.

Qué bien que nos vendría ahora ese San Martín convencido de que la educación era la forma más profunda de soberanía. Decía que la educación era más poderosa que un ejército para defender la independencia. Le sintetizo el tipo de dirigente que nos dejó San Martín con su ejemplo: Respeto por la libertad de expresión, independencia de poderes, austeridad republicana, honradez a prueba de bala, coraje y estrategia y un profundo amor para una patria de todos y para todos.

Alberto es un fantasma que anda deambulando por su propia indignidad y despide el olor nauseabundo de los que nadie quiere tener cerca. El domingo pasado le dije que ni el tiro del final le va a salir.

San Martín es el padre de la patria y nosotros, sus hijos, debemos honrar su memoria tratando de multiplicar sus valores y de construir una Argentina a su imagen y semejanza.

Porque San Martín es nuestro. Y nos puede ayudar a sacar los mejor de nosotros. Para no rendirnos ni bajar los brazos frente a los que fabrican autoritarismo y corrupción para conseguir la suma del poder público. Necesitamos un San Martín para que nos siga iluminando aún en los momentos más oscuros. Necesitamos que su frase se cumpla más temprano que tarde. A Cada chancho le llega su San Martín. A cada Alberto, también.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre