Parece mentira, pero sigue sucediendo. Este fin de semana, en Jacksonville, al norte de la Florida, un hombre blanco racista de 20 años asesinó a tres personas negras, afrodescendientes.
Hoy se cumplen 60 años de aquel discurso que conmovió a la humanidad. Martin Luther King instaló en el corazón de la dignidad aquel grito esperanzado de “Yo tuve un sueño”.
Todo tipo de discriminación y odio racial me lleva siempre al lado de las víctimas. Es la denigración más grande de la condición humana. Por eso siempre destaco a aquel Martin Luther King y la
vigencia de sus ideales y su conciencia social que nos dicen que Martin Luther King no murió. No solo porque vive en el corazón del pueblo negro de todo el planeta. También porque jamás podría haber sido elegido un Presidente como Barack Obama en los Estados Unidos si Luther King no hubiera entregado su vida a la lucha contra todo tipo de discriminación.
Martin tenía un grave problema: era negro. Se dio cuenta enseguida, apenas comenzó a caminar las hostiles calles de Atlanta en Georgia. Martin era hijo y nieto de predicadores bautistas y eso, tal vez, lo ayudó a encontrar su camino para anunciarle al mundo que la discriminación y el odio racial eran de los pecados más grandes y más mortales. Porque muchos de sus hermanos negros eran asesinados cruelmente, como George Floyd. Habían llegado como esclavos, y seguían siendo esclavos en los algodonales del sur.
Un día Martin en su seminario leyó un texto que fue como una iluminación. Se reveló ante sus ojos el pensamiento revolucionario y no violento del Mahatma Ghandi y enseguida salió al mundo a predicar a favor de la igualdad racial y social con un arma que creía imbatible: la palabra. Siguió la tradición de predicador de su padre y su abuelo pero salió de las iglesias y se desparramó por los barrios y los guetos de la marginalidad. Se convirtió en una suerte de Ghandi negro.
En poco tiempo Martin pasó a ser Martin Luther King, el rey de la resistencia activa y pacífica. Su figura imponente marchaba por las calles con pancartas de protesta. Se sentaba en las avenidas.
Un día, una costurera lo marcó para siempre. Era negra pero se llamaba Rosa, Rosa Park. Volvía de su trabajo con la espalda quebrada de tanto coser horas y horas y se quedó sentada en el colectivo. No le dio el asiento a un blanco como era obligación en Alabama y muchos otros estados hasta ese momento. Aunque usted no lo crea los negros no podían ir a las mismas escuelas o los mismos baños que los blancos. La idea de que los blancos eran superiores no solamente pudrió la cabeza podrida de Hitler. La Rosa negra, la costurera que dio el buen paso, Rosa Park se negó y por lo general cuando uno se niega a lo establecido desata una pequeña revolución. Porque le dice que no a la injusticia. Su cuerpo se quedó sentado pero su dignidad se puso de pié, erguida y desafiante. Cuestionó una orden, una reglamentación del tiempo de las cavernas.
La Rosa negra fue encarcelada por semejante desafío a la autoridad blanca. Y Martin Luther King y sus muchachos iniciaron un boicot feroz contra el transporte público hasta que un año después los soberbios fascistas se dieron por vencidos. El histórico capo autoritario del FBI, Edgard Hoovert persiguió a Martin por cielo y tierra. Lo acosó con fotos y pinchaduras de teléfonos. Martin fue detenido pero gracias a la intervención de John Fitzerald Kennedy fue liberado. Los nazis del Ku Klux Klan pusieron una bomba en la casa de Martin. ¿Y el cómo reaccionó? Salió a poner la otra mejilla. Como un Jesucristo negro. El Ku Klux Klan, es la organización más repugnante y nefasta que propone la supremacía de la raza blanca. Trump los sedujo con las promesas xenófobas: La construcción del muro contra los mexicanos, la prohibición de ingreso a los musulmanes, la deportación de 11 millones de inmigrantes y tanto racismo multiplicado. Una web fascista de Andrew Anglin le rogó a Trump que “hiciera nuevamente blanco a los Estados Unidos”.
Pero Martin que se agregó Luther en homenaje a Lutero, el reformador de la iglesia católica, se recibió de mito un día como hoy hace 60 años. Más de 250 mil personas marcharon sobre Washington y el mundo se estremeció.
Aquel discurso es una pieza literaria memorable cargada del mejor de los combustibles llamado esperanza. Esa bandera hecha de palabras anunciadoras de los nuevos vientos dijo: “Yo aún tengo un sueño de raíces profundas. Todos los hombres han nacido iguales. Y sueño que un día, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, puedan sentarse juntos en la mesa de la fraternidad”. Aquel día, hace 60 años, un tal Barack Obama comenzaba a ser el primer presidente negro de los Estados Unidos. Martin mostró su sabiduría cuando dijo: “Nadie se nos puede subir encima si no encorvamos la espalda”. Otra:
“Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de la gente perversa, sino de los pasmosos silencios de la gente buena”. De hecho el racismo no terminó como se confirma con los casos de Floyd y Blake y tantos otros como los homicidios de tres muchachos este fin de semana en las cercanías de universidad Waters.
La ultraderecha utilizaba caretas de mono para burlarse del presidente Obama. La desocupación entre los afroamericanos es el doble que la de los blancos y en Europa está infectado de “Lepenes” musolinianos.
El presidente Lindon Johnson en 1963 accedió a las exigencias de Martin y proclamó la ley de derechos civiles. Lo invitó a ese acto por la igualdad de todos. Una de las calles principales del Harlem lleva su nombre aunque se cruza en todo el sentido de la palabra con Malcom X, otro líder negro pero con metodología violenta y combativa.
Luther King recibió el premio nobel de la paz. Pero Martin se recibió de mártir en Memphis, Tenesse, un 4 de marzo de 1968. Iba a sumarse a una protesta de los basureros. Salió del hotel a las seis de la tarde y una maldita bala de fusil se le clavó en la yugular. Su asesino, un fanático segregacionista fue atrapado con un pasaporte falso cuando intentaba huir a Canada. Le dieron 99 años de cárcel.
Martin Luther King pasó a ser una leyenda con solo 39 años. Su vida dejó de ser, pero sus ideas se quedaron a vivir para siempre y se derramaron por el planeta. El predicador predicó con el ejemplo. Paz, resistencia y palabras contra el odio, la discriminación y las armas. Martin se había dado cuenta al poco tiempo de nacer que tenía un grave problema: era negro. Aquella tarde negra fue asesinado por ser negro. Y el cielo se puso negro y las lágrimas también.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre