La noticia es demoledora para los que amamos a la Argentina y a los argentinos. Casi 53% de pobreza es igual a una hecatombe social y a un fracaso absoluto de la política. Que con los recursos naturales que tenemos haya 25 millones de personas debajo de la línea de la pobreza es desgarrador. Casi 7 de cada 10 chicos menores de 14 años son pobres. La mayoría de los chicos son pobres y la mayoría de los pobres son chicos. Es el peor dato en 20 años. Es urgente que el gobierno genere las condiciones para que salgamos de este espanto social. Mucha gente habla mucho de la pobreza pero no hace nada para remediarla. La corrupción de los Kirchner, los sindicalistas mafiosos y los piqueteros del caos no hicieron otra cosa que utilizar a los pobres y multiplicarlos. Para pintar el cielo color esperanza le quiero contar la historia de alguien al que admiré mucho como el padre Chifri que hoy está en los cielos. Santificado sea su nombre. Daniel Canónica y María José Roldán me contaron que ayer celebraron los 25 años de la fundación Alfarcito. Fue en La Joaquina, en Rosario de Lerma con artesanos y productores de la Quebrada. Hubo un momento en donde se exhibieron las pertenencias del Padre Chifri.
Parece mentira que haya pasado tanto tiempo. Pero hace 13 años que murió el padre Chifri. Es uno de los argentinos que más admiro. En algún momento será santo, como el cura Brochero. Ya tuvo el mejor de los homenajes, porque hace 13 años, se concretó uno de sus grandes sueños: se recibió la primera promoción del Colegio Albergue de Montaña que él fundó con tanto esfuerzo. Cuando la gente del Alfarcito que continúa su obra visitan al Papa, Francisco siempre les ruega lo mismo: “recen por mí en la tumba de Chifri”, el cura gaucho. Para felicidad del Santo Padre, suelen llevarle artesanías realizadas por los chicos del fin del mundo. Es que el padre Chifri fue enviado a misionar allí por pedido de quien fuera el cardenal Jorge Bergoglio. Por eso nunca me canso de difundir y repetir la historia maravillosa de quien fue ese protagonista de una suerte de metáfora bíblica que se convirtió en realidad.
El padre Chifri, uno de los sacerdotes que mejor tarea solidaria realizó en el norte del país cayó del cielo. Y no es algo que tenga que ver con una creencia religiosa o una cuestión de fe. El cura Sigfrido Moroder, conocido en toda la zona como el padre Chifri, utilizaba sus impresionantes condiciones y experiencias como deportista para moverse entre los cerros en parapente y ganar tiempo en sus visitas a los distintos pueblitos. Los habitantes de esos cerros salteños, necesitados de todo, se acostumbraron a ver llegar al cura desde el cielo, aterrizar con su parapente y persignarse en un mismo acto.
Chifri es un ejemplo. Desde chico mostró su fortaleza y su predisposición para el deporte. Apenas se ordenó de cura le pidió al actual Papa ir a trabajar a uno de los lugares con mayores necesidades insatisfechas de Salta. Allí el sol castiga como loco, por la noche la temperatura baja 20 puntos bajo cero y te congela los huesos y hay pequeñas comunidades de pastores de cabras que viven a 5 mil metros de altura, cerca de Dios y la pobreza pero lejos de la equidad social. Son pocos los que se acuerdan de sus escuelas, de sus vacunas, de sus hijos.
El padre Chifri se dispuso a llevar su mano solidaria y el mensaje cristiano a 25 parajes perdidos en el mundo y 18 escuelitas mucho más que humildes. Un día se dio cuenta que podía aprovechar sus capacidades deportivas para llegar más rápido y mejor. Lo hacía en parapente. Era imponente verlo llegar desde el cielo. Posarse como un pájaro de fe en la tierra y predicar con el ejemplo. Se convirtió en un personaje muy querido por todos los campesinos.
Lo veían llegar desde lejos al padre Chifri. Cuando había un enfermo que socorrer o alguien que necesitaba resolver un problema, un poco en broma, un poco en serio decían: “Ahora viene volando el padre Chifri”. Y al poco tiempo el cura volador aparecía recortado en el horizonte de esas montañas maravillosas con el paisaje y mezquinas con sus habitantes. Hasta que un día ocurrió la tragedia. Un maldito remolino le provocó una caída de 40 metros. Cayó pesadamente y quedó inmovilizado. Con dolores tremendos y problemas respiratorios que lo dejaron al borde de la muerte. Cuando recuperó la expectativa de vida, tozudo, peleador y con un coraje sin igual salió a desafiar el pronóstico que decía que nunca más volvería a caminar.
Había que verlo al cura Chifri, con una voluntad de acero, haciendo los ejercicios de rehabilitación para dejar esa silla de ruedas que lo encarcelaba. Nunca fue un hombre de bajar los brazos con facilidad. Hizo un esfuerzo monumental y demostró una constancia terrible. Es que tenía oculto un deseo íntimo que le daba una fuerza invencible: quería volver a la puna. Con su gente. Esa montaña lo había traicionado pero él quería regresar para no abandonar a su pueblo. Y un día milagroso, apoyado en sus bastones, el padre Chifri se apareció por su lugar en el mundo. Los campesinos emocionados no lo podían creer. El padre Chifri lo había logrado. Había vuelto a darles una mano. Esta vez no había llegado por el aire.
Esta vez había llegado caminando lentamente, con mucha dificultad pero con una energía envidiable y contagiosa. Porfiado el cura. No se resignó jamás a la silla de ruedas. Combatió con fuerza para seguir su tarea solidaria, su misión sacerdotal. Y siguió con su tarea de amar a su prójimo como a sí mismo. De hacer el bien sin mirar a quien. De ponerse a disposición de esos argentinos olvidados por todos que vivían hacinados en sus ranchitos precarios y que casi ni conocían el dinero ni la justicia. Se alimentaban como podían con las pocas verduras que cultivaban y con las cabras y ovejas que son parte indisoluble de sus vidas. El padre Chifri continuó con su tarea titánica. Poniendo el grito en el cielo contra las injusticias. Y ayudó a crear comedores escolares en las escuelas, a instalar invernaderos para conseguir más y mejores alimentos.
Les ayudó a comercializar mejor sus artesanías. Se puso al servicio de los más débiles. El objetivo fue que cada uno se ganara el pan con el sudor de su frente. Empezó a recorrer la zona con un viejo colectivo que le regalaron. Lo pintó de mil colores y lo bautizó el colectivo de los sueños. Dejó de cruzar el cielo con sus alas prestadas. Y aun así llegó a lo más alto de la solidaridad y el compromiso. Logró abrir el colegio secundario con 36 alumnos. Había que verlo encabezar las procesiones con todos los reclamos y las vestimentas típicas de la zona. Había que verlo entre los cerros con su poncho y el día que lo ayudaron a treparse a una bicicleta.
Fue una epopeya. Levántate y anda. Me hizo acordar a la bicicleta blanca de Horacio Ferrer cuando le habla a ese viejo flaco nuestro que andaba en la tierra. ¿Se acuerda? Flaco, no te pongas triste, todo no fue inútil, no pierdas la fe. En un cometa con pedales, dale que te dale yo sé que has de volver. Ahora, le pido que preste atención a esto que voy a contarle ahora:
La vida del padre Chifri fue un verdadero canto de fe y de esperanza. Y digo fue y no es porque esta vez, de verdad y en forma definitiva, el padre Chifri se fue al cielo hace 13 años por un maldito paro cardíaco. Ya pasaron 13 años. Su obra se multiplicó como los panes y los peces. Pero todavía no me resigno a su muerte. Tenía apenas 46 años. Estoy seguro que no descansa porque no descansaba nunca. Pero está en paz con su conciencia y con sus queridos hermanos pobres.
Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre