El nacimiento de un Nóbel

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Hoy es el día del investigador científico y el día mundial de la ciencia y la tecnología. ¿Sabe porque? En homenaje a uno de los argentinos más brillantes de todos los tiempos: el doctor Bernardo Houssay. En 1982 lo estableció la conferencia general de la Unesco en honor a que un día como hoy pero de 1887 nació este médico y farmacéutico que fue el primer argentino y latinoamericano en ganar el premio Nóbel de Medicina. Ese inmenso orgullo para nuestro país ocurrió en 1947 y fue por su investigación en Fisiología y Medicina. Concretamente sobre el rol de la hipófisis o glándula pituitaria en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre a través del metabolismo de los hidratos de carbono. Tengo una profunda admiración por el doctor y por el ciudadano Houssay. Por eso no me canso de poner su vida y obra como ejemplo.

Mucho más en estos tiempos de cólera, en los que el cuarto gobierno kirchnerista está destruyendo todo pero sobre todo el amor a la educación, al progreso y al mérito. La pandemia de autoritarismo chavista, venganza y búsqueda de la impunidad de Cristina hace crujir el sistema republicano y nos envenena el alma. Por eso es tan necesaria un poco de luz, para no volvernos locos en la oscuridad.
Esta patria querida es mucho más que una banda de patoteros y ladrones enquistados en el gobierno. Hay un país mejor. Hay una Argentina distinta y uno de esos emblemas es Bernardo Houssay.

Si yo fuera maestro, hoy les hablaría a los chicos (aunque sea durante 5 minutos) sobre Bernardo Alberto Houssay. Supo decir que “la ciencia no es cara, cara es la ignorancia”. Por eso le digo, que si yo fuera docente me gustaría exorcizar (aunque sea por un rato) tanto Juan Grabois y Luis Délía, tanto Lázaro Báez y Cristina, socios para la gran estafa nacional de la corrupción.

Me gustaría contrarrestar tanta desesperanza y desilusión que anda por ahí, reptando entre nosotros.Me gustaría mostrar la contracara de tanto chanta y delincuente. Es que Houssay fue mucho más que un ejemplo. Fue un milagro.

Ese día histórico en que recibió el anuncio, Houssay estaba trabajando en su humilde laboratorio junto a su discípulo Luis Federico Leloir quien con el tiempo, también recibiría el Nobel pero de Química. Fue toda una señal.
Houssay era un niño con talento especial. A los 13 años terminó el bachillerato, a los 17 se recibió de farmacéutico y a los 23 de médico. ¿Escuchó bien? A los 13 el secundario, a los 17 fue farmacéutico y a los 23 médico y con diploma de honor. ¿Qué más se puede agregar?

Su cerebro era un océano de neuronas y su corazón estaba construido con toneladas de sentimientos humanitarios. Eso es meritocracia en estado puro aunque a los Fernández no les guste. El genio de Houssay lo explicó así: “Para una voluntad firme, nada es imposible, no hay fácil ni difícil; fácil es lo que ya sabemos hacer, difícil lo que aún no hemos aprendido a hacer bien”.

Bernardo Houssay se dedicó a lo que él llamaba “El patriotismo práctico”, mucho más eficiente que los discursos y las escarapelas. Se dedicó a la investigación y a la docencia. Era austero como todos los grandes. Nunca tuvo auto y con un sueldo modesto mantuvo a su familia de siete integrantes. Nació y murió pobre. En sus épocas de estudiante y trabajador, caminaba 100 cuadras por día porque su familia no tenía unas chirolas para el colectivo.

Tuvo un rechazo visceral por el autoritarismo y por eso tuvo problemas en 1943 cuando el gobierno militar dispuso expulsar a todos los profesores de la universidad que habían firmado un manifiesto anti oficialista y el, por supuesto, lo había firmado.

Con disculpas por mi ignorancia, dicen los que saben que, a partir de su investigación, comenzó a entenderse el cuerpo humano como un sistema que se auto regula.
Pero lo más importante es que fue un genio celeste y blanco que nos llenó de orgullo. Por su decencia y por su docencia; por su humildad y por su amor a la ciencia.
Estaba convencido que ningún país progresa si no tiene investigación. Y por eso fue el inspirador de la creación del Conicet, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, organismo del que fue su primer presidente hasta su muerte en 1971.

Nació en una casa del barrio porteñísimo de Almagro. Esa casa, hoy es un museo. No quería homenajes, placas ni monumentos, pero hay una plaza y un hospital municipal que lleva su nombre y llegó tan alto, que hasta un asteroide y un cráter de la luna, fueron bautizados con su apellido.

Sus padres, Clara Lafont y Alberto Houssay eran dos de los 20 mil franceses que vivían en esta bendita ciudad que, por esa época, tenía una población de 437 mil habitantes, incluyendo Flores y Belgrano que recién habían sido cedidos por la provincia de Buenos Aires.
Al joven Bernardo le trajo problemas su incansable lucha antifascista y, repito, en 1943 lo expulsaron de todos sus lugares de trabajo junto a otros 150 profesores que repudiaron el lugar que los nazis tuvieron durante el gobierno en ciernes de Juan Domingo Perón.

También es cierto que sus posturas contrarias al gremialismo estudiantil le generaron muchas polémicas y algunos disgustos. Houssay estaba convencido que la universidad debía ser el centro de la actividad intelectual superior y que por eso cumplía un papel social de la jerarquía más elevada.
Los claustros eran sagrados. Un templo del conocimiento y la innovación. Una vez dijo que la función de la universidad “consiste en crear conocimientos, propagarlos, desarrollar y disciplinar a la inteligencia y formar hombres más selectos por su cultura, excelencia académica y capacidad”.

En su museo se pueden ver cartas amarillentas de las mentes más brillantes del planeta que luego de hacerle alguna consulta, terminaban el texto diciendo: Un abrazo para usted y otro para el doctor Leloir”.
El joven Bernardo fue back del equipo de rugby de la Asociación Atlética de la Facultad de Medicina. La Unión de Rugby le debe a Houssay que las actas de la institución se hayan empezado a escribir en castellano, porque hasta la incorporación de su club, se redactaban en inglés.
Desde el punto de vista científico el doctor Houssay tuvo todos los reconocimientos posibles, además del Nobel. Fue miembro honorario de las Academias de Ciencias más prestigiosas del mundo como las de Madrid y Nueva York.
Tuvo cientos de propuestas para irse a trabajar al exterior pero, él, siempre contestaba lo mismo:
• La ciencia no tiene patria. Pero el hombre de ciencia, si la tiene. No acepto ir a los Estados Unidos y no pienso dejar mi país porque aspiro a luchar para contribuir para que alguna vez lleguemos a ser potencia mundial científica de primera clase.
Si se levantara de su tumba ahora, creo que se volvería a morir, pero de vergüenza ajena. El día que recibió el Nobel por su descubrimiento de la hormona reguladora del azúcar y al ver que el periodismo argentino estaba muy censurado por el peronismo, dijo que esa distinción era un tiro por elevación al gobierno argentino. Lo dijo con mucha ironía:
• No hay que confundir las cosas pequeñas como Perón con las cosas grandes como el Nobel.
Se imaginan que de gorila y oligarca para arriba, le dijeron de todo. Pero no tenía pelos en la lengua, tenía coraje para decir lo que pensaba y por eso yo lo admiro tanto.


Sus pasiones eran el laboratorio, la cátedra, la justicia y la libertad. El día que cumplió 80 años, un periodista le preguntó: ¿Se siente viejo, doctor? Y él contestó: “Solo es viejo quien no ve cosas nuevas todos los días”. Su vida es un testimonio pero también un espejo en donde mirarnos. Es un amuleto contra la Argentina trucha de los chantas, los corruptos y los autoritarios que tanto mal nos hizo y nos sigue haciendo a los argentinos.
La memoria del doctor Houssay es un talismán al que tenemos que aferrarnos para construir un país mejor para nuestros hijos. Con más ciencia y menos ignorancia.

Con más austeridad franciscana y menos frivolidad. Con más honradez y menos corrupción. Con más meritocracia y menos acomodados. Un país que se ponga de pie y sea admirado en el mundo. Como el doctor Bernardo Houssay, que ojalá nos ilumine…

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre