Hace 80 años nació un genio: Mundstock

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Ayer, en el pase con mi hijo Diego, tuvimos el enorme placer de compartir con todos los oyentes una charla maravillosa con los integrantes de Les Luthiers. Estaban todos. Los fundadores, es decir Carlos López Puccio y Jorge Maronna y los que se fueron incorporando: Horacio “Tato” Turano, Martín O’Connor, Tomás Mayer-Wolf y Roberto Antier. Nos reímos, nos informamos, nos conocimos mejor. Al final, un poco emocionado, no puedo negarlo, les dije que yo había sentido en mi corazón la presencia de Marcos Mundstock y de Daniel Rabinovich. Son dos de las personas que más extraño. Incluso Roberto recordó que ayer el querido Marcos, hubiera cumplido 80 años.

Y yo me prometí recordarlo. Marcos nació en Santa Fé, un patriótico 25 de mayo de 1942.

Desde que falleció, la Argentina tiene muchas lágrimas más y un genio menos. Seguramente está instalado en el cielo de la alegría. La estuvo peleando como un guerrero durante más de un año, pero, finalmente, su cuerpo dijo basta. Digo su cuerpo porque su alma, su corazón, su talento y su voz irrepetible, quedarán para siempre en la memoria de todos los que amamos la risa producida por un torrente de neuronas como era su cerebro y el de sus compañeros de Les Luthiers. Era tan querible que levantaba carcajadas de afecto, solito y callado en el escenario. A un costado, con la luz cenital, parado con su smoking y el moñito, con la carpeta roja en la mano y frente a un atril. Un solo gesto, una mirada pícara o la presencia  imaginaria de Johan Sebastian Mastropiero, le alcanzaban para hacer estallar el teatro de felicidad. Cuando nació Marcos, se rompió el molde. No habrá ninguno igual.

Se las rebuscaba bastante bien con el idish, el idioma que hablaban sus padres, que eran judíos que llegaron a esta tierra, con pasaporte polaco y buscando libertad y esperanza.

Marcos, además, fue un locutor sin igual y un creativo publicitario de padre y señor nuestro. Somos privilegiados los que hemos  tenido la posibilidad de admirar su arte y encima, como en mi caso, de tener una relación muy cercana.

Todos los extrañamos pero, especialmente, su hija Lu y su esposa Laura.

Reviso mi teléfono y me encuentro con el último chat. Mayo de 2019. Yo había escrito una columna sumamente elogiosa de “El cuento de las Comadrejas”, la película de Campanella. Se llama: “Un monumento al cine”. Y celebraba que este país tuviera cuatro actores de la magnitud de Luis Brandoni, Graciela Borges, Oscar Martínez y Marcos Mundstock. Marcos la escuchó como en general escuchaba radio Mitre y me escribió lo siguiente: “Hola querido Alfredo. Te agradezco tus exaltadas opiniones sobre la película, aunque mi modestia me impide releer tu columna más de seis veces por hora. Gracias hermano”. La sutileza que lo marcó para siempre, está en ese comentario. Me alegro profundamente de haberle podido contestar: “Te quiero y te admiro. Deseo profundamente que te mejores pronto”. Por suerte se lo pude decir. Que lo quería y lo admiraba.

Que nadie se asuste porque no hay ninguna chance. Pero si un día me decidiera a convertirme en político, armaría mi propuesta y mi plataforma con la trayectoria de Marcos y de Les Luthiers. Si señora, me gustaría recoger su nombre y llevarlo como bandera hasta la victoria.

¿Sabe porque se lo digo? Porque los integrantes de Les Luthiers, además de haber generado uno de los hechos artísticos más importantes de los últimos 50 años en Argentina, además de todo eso que ya es muchísimo, Les Luthiers son un espejo para mirarnos. Para reflejarnos en su ejemplo. Esa es mi pequeña utopía. Y se la paso a explicar.

Porque su trabajo es para las multitudes, para las grandes mayorías. Podrían haberse quedado en el humor inteligente para pocos, en el elitismo culturoso. En esa actitud de algunos presuntos intelectuales que se creen que mientras menos gente va a verlos más geniales son. Nunca fueron sectarios ni excluyentes. Supe como llenaron la cancha de fútbol del Sevilla en España y pude ver en persona, con mis propios ojos, como emocionaron hasta las carcajadas a 12 mil personas en el Festival de Cosquín, en el que muchos subestiman la inteligencia del pueblo y van a hacer demagogia con palmas y temas pegadizos. Ellos me invitaron para que los acompañara a Cosquín. Estaban un poco inseguros, dudaban del recibimiento de un público con tanto amor por el folclore tradicional. Se enfundaron en ponchos blancos y, desde bambalinas, pude ver sus espaldas y de frente, las caras de esa maréa humana festejando tanto ingenio y música de calidad.

Ayer se habrán dado cuentea que Les Luthiers fue parte de la educación que le dimos a mi hijo. Diego vió tantas veces los espectáculos que tenía en una caja llena de CD que se sabía muchos pasajes de memoria. Yo como padre baboso, lo molestaba pidiéndole que los recitara delante de Marcos o de Daniel y ellos me decían: “Dejá tranquilo al pibe”.

 Hablo de esa vocación por buscar la felicidad del pueblo a través de la risa. Uno sabe que volverán y serán millones de carcajadas.

Pero Les Luthiers también tiene lo mejor de la ética para ejercer su tarea creativa. Ganaron todo el dinero que se merecen por su trabajo, pero nunca cedieron a la tentación de la máquina de chorizos, de caer en el mercantilismo trucho que todo lo traduce a dólares y destruye el arte. Se respetaron a sí mismos y nos respetaron a nosotros. Y además la democracia interna que ejercían cotidianamente. Su propia existencia como grupo demuestra la posibilidad de la convivencia entre los distintos, la tolerancia, el pluralismo, esa manera tan maravillosa de enriquecernos con la opinión y la mirada del otro. ¿O alguien cree que es fácil que tantos talentos convivan durante tanto tiempo sin tener problemas entre ellos?

La moraleja es: si un grupo de trabajo puede, un país también puede. Y, finalmente, creo que Les Luthiers también tiene esa vocación por la igualdad. Tienen una ley interna que es sagrada: la ley del no jodás que se basa en el principio de la incomodidad respetable. Un teorema científico que dice así: cuando a alguno le jode demasiado que lo jodamos un poco, no lo jodamos ni siquiera un poco porque sería joderlo demasiado. Brillantes, brillaron en el Lincoln Center de Nueva York y en nuestro Teatro Colón. Pero ninguno olvidará y Marcos mucho menos, aquel recital en plena calle frente a 50 mil personas para festejar los 5 años de democracia recuperada cuando cambiaron el nombre del pirata Raúl por el de Fermín para que nadie interpretara nada raro teniendo un Raúl Alfonsín como presidente. Ninguno olvidará y Marcos mucho menos, cuando Felipe González los invitó al Palacio de la Moncloa o cuando recibieron el premio Princesa de Asturias y les otorgaron la nacionalidad española por carta de naturaleza.

Me pongo de pié para nombrarlos, queridos Luthiers: Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich que en los escenarios del paraíso descansen y no se cansen de hacer travesuras bajo la dirección de su fundador, que también partió hace tiempo, Gerardo Masana.

Son maestros que predican con el ejemplo, no con el dedito levantado y sin bajar nunca una bandera y de la mano de Lino Patalano.

Por eso le digo que me gustaría tener un país Les Luthiers. Un país edificado por todos a su imagen y semejanza. Un país donde construyamos nuestros propios instrumentos para ganarnos la vida con la frente alta y las manos limpias y que por eso seamos respetados y muy bien recibidos en cualquier país del mundo. Un país en el que todos los argentinos cantemos la misma melodía y celebremos la vida con la alegría que no teme ni ofende, como la verdad. Las risas y la admiración que vienen cosechando hace más de medio siglo 50 son transparentes y genuinas, valientes y sensibles. Muy argentinas. Como el país que soñamos con Marcos como número cinco, repartiendo el juego en el medio campo. Porque era tremendamente futbolero. Lamentaba los problemas de su rodilla que no le permitían pegarle de chanfle como quería.

Con Marcos se nos fue una parte de la mejor Argentina. Me hacía cantar de risa. Marcos y sus compañeros fueron admirados y amigos de Joan Manuel Serrat, Gabriel García Márquez, Yahuda Menuhim, Vinicius de Moraes, Toquinho, Manucho Mujica Lainez y la Negra Sosa, entre tantos.

Marcos seguramente comparte el paraíso de la  alegría con Tato Bores, Jorge Guinzburg y el Negro Fontanarrosa. Ayer hubiera cumplido 80 años. Marcos Mundstock: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno.

Editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre